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Crónica de un viaje al oriente cubano: con una valija a cuestas y el corazón en alto

Crónica de un viaje al oriente cubano: con una valija a cuestas y el corazón en alto

Crónica de un viaje al oriente cubano: con una valija a cuestas y el corazón en alto (ES)

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Todo empezó con el traqueteo del tren rumbo a Bayamo. Éramos un grupo de jóvenes ferroviarios, mochilas al hombro, ojos brillando de expectativas y una valija un tanto misteriosa que, más que peso, llevaba propósito. No era un viaje cualquiera: queríamos tocar la historia con las manos, seguir los pasos de héroes y probar nuestros límites.

En el mausoleo de Dos Ríos, donde cayó José Martí, nos abanderaron. El viento se llevó las palabras de compromiso, pero quedaron sembradas en el pecho. Era el punto de partida simbólico de una ruta que iba a exigirte tanto el cuerpo como el alma.

Desde el Alto del Naranjo comenzamos a subir el Pico Turquino. Eran las 4 de la mañana, y aunque el sueño quería ganarnos, podía más la adrenalina. El camino era rudo: barro, piedras, raíces, tropiezos. Alguno que otro fue al suelo, pero también hubo manos que levantaron y voces que animaron. La valija nos acompañaba, casi como un compañero más. Dentro, artículos útiles para la comunidad de La Sierrita, nuestro destino solidario.

Llegar a La Sierrita fue como encontrar un oasis. Entregar la valija allí no fue un simple acto: fue como soltar parte del corazón en manos que lo necesitaban. Ver las caras de la gente, escuchar sus gracias, sentir que podíamos hacer algo real... eso fue gasolina para seguir.

Coronamos el Turquino con las piernas temblando pero el alma en llamas. La vista era una postal que se quedó pegada en la memoria. Y al bajar, cansados pero felices, nos esperaba La Demajagua. Allí firmamos el código de ética: una forma de decir "esto no se acaba aquí, seguimos comprometidos".

En Las Coloradas, la historia nos volvió a encontrar. Caminamos por el sendero del Granma, pisamos la arena donde desembarcaron los expedicionarios y nos sentimos parte de algo más grande.

Volvimos distintos. No por los kilómetros recorridos, sino por lo que dejamos en el camino: miedo, egoísmo, indiferencia. Y por lo que nos trajimos: amistad, valor, historia... y el recuerdo de una valija que fue mucho más que un simple equipaje.

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